Reflexión:

Comparto con Jesús que se puede aprender a innovar y que existen métodos para lograrlo. Y creo que tiene razón cuando dice que  lo difícil es innovar en el fondo de la cuestión y no tanto en la forma, porque es verdad que cuando se habla de innovación educativa lo primero que se recuerda son las pizarras digitales, aplicaciones de aprendizaje, los libros de texto digitalizados o los exámenes igualmente digitalizados. Es decir, la introducción de las nuevas tecnologías es, sin duda, una innovación dentro del ámbito de la educación, pero quizás haya situaciones en las que sea necesario innovar más a fondo, empezando por las materias a aprender, pasando por la forma de enseñar y quizás terminando por la manera de evaluar, y quizás no solo a los alumnos. Opino y comparto que el gran problema de la innovación educativa, y no solo en esta disciplina, es la falta de voluntad. Puede haber mejores o peores, más o menos descabezadas ideas para innovar, pero si no hay voluntad hay poco campo a recorrer para innovar. ¿Porque quién innova? ¿Quien tiene un problema o una necesidad? ¿O innova quien quiere encontrar el camino para conseguir algo que desea profundamente? Da igual, ambos supuestos son válidos, lo que se necesita es motivación y liderazgo para innovar. Igualmente se precisa la implicación de otros agentes de la sociedad, porque la educación debe importar a todos, no es empresa exclusiva de los profesores. Por último, estoy convencida que la innovación tiene como objetivo crear valor. Es decir, no es suficiente con cambiar lo que existía anteriormente o introducir algo nuevo, por muy tecnológico que sea, el cambio ha de aportar valor. Es decir, qué voy a cambiar y qué beneficios aporta este cambio, o dicho en otras palabras: ¿cuál será el retorno de la inversión de la innovación educativa en cuestión? En definitiva, vuelvo al principio de la innovación educativa: no es tarea fácil innovar aportando valor real.